Símbolo de estatus y refinamiento, el mantón de Manila alcanzó su máxima expresión durante el reinado de Isabel II (1833-1868), cuando la fusión entre la artesanía oriental y el gusto español definió estándares de calidad y diseño que perviven hasta hoy.
Última modificación: 4 diciembre 2024
Los mantones de Manila isabelinos representan el período más brillante en la historia de esta emblemática prenda española. Durante el reinado de Isabel II (1833-1868), estos mantones alcanzaron su máximo esplendor tanto en calidad artesanal como en significación social, estableciendo los cánones que aún hoy definen lo que consideramos un mantón de Manila clásico. Se trataba de un estilo particular de mantón que se diferenciaba por su refinamiento y su elegancia, y reflejaba las tendencias de moda de la época y la influencia de la misma reina, cuya predilección por las prendas lujosas marcó un antes y un después en la indumentaria española.
La denominación «isabelino«, obviamente, deriva directamente del reinado de Isabel II, que popularizó está prenda en la corte real, en un momento en el que se alcanzó la excelencia en su elaboración y a la vez se consolidaron las rutas comerciales con Oriente, hasta el punto que se pudo establecer un estándar de calidad y prestigio que permitía identificar y diferenciar estas piezas con respecto a elaboraciones anteriores o posteriores. Eran un imprescindible en bailes y recepciones de la Corte y ceremonias de estado, eventos aristocráticos, óperas y zarzuelas y otras ocasiones especiales. Así, hablar de mantones de Manila isabelinos era hablar de la máxima expresión de calidad en la confección de está prenda.
Los mantones isabelinos llegaban a España a través de una compleja red que conectaba China con España. Porque a pesar de su nombre, estas piezas no se fabricaban en Filipinas, donde se encuentra Manila, sinó en talleres especializados de Cantón, en China. El papel de Manila era servir de punto estratégico de distribución, donde el Galeón de Manila, la ruta marítima que cruzaba el Pacífico una o dos veces al año, partía a los puertos de la Nueva España (principalmente Acapulco, hoy en México), donde las mercancías viajaban por tierra hasta Veracruz, donde eran embarcadas hacia España, a Sevilla y a Cádiz, desde donde se distribuían a toda la península. Era esta compleja ruta la que transportaba los mantones desde China a España hasta la independencia de México, momento en el que se estableció el comercio directo Manila-España.
Los talleres cantoneses desarrollaron una especialización única, adaptando sus técnicas tradicionales de bordado a los gustos españoles. Esta fusión entre la artesanía oriental y las preferencias occidentales resultó en piezas de extraordinaria belleza y complejidad técnica, características del período isabelino.
Los mantones isabelinos representan la máxima expresión del arte textil de su época, combinando una excepcional calidad técnica con un profundo significado cultural y social. Estas piezas únicas reflejan la fusión perfecta entre la maestría artesanal oriental y el gusto estético español.
Los mantones isabelinos se distinguían por el uso exclusivo de seda china de la más alta calidad, una seda cruda natural de morera (bombyx mori) tejida finamente y con acabado mate, que permitía los bordados minuciosos por ambas caras sin que el tejido se deformara o dañara.
Las dimensiones estándar oscilaban alrededor de los dos metros cuadrados, sin contar los flecos, que podían alcanzar los 50 centímetros de longitud. Estos flecos, elaborados también en seda, se anudaban a mano siguiendo técnicas específicas que garantizaban su durabilidad y belleza.
La característica más distintiva de los mantones isabelinos era su doble faz: los bordados se realizaban por ambas caras del tejido con igual perfección, una técnica que requería una extraordinaria habilidad y que multiplicaba el valor de la pieza. Los motivos decorativos combinaban elementos de la tradición china con adaptaciones al gusto español:
La composición seguía siempre un patrón simétrico, trabajándose desde el centro hacia los extremos. Esta simetría no solo respondía a criterios estéticos sino también técnicos, facilitando el proceso de bordado y garantizando la perfección del resultado final.
La paleta cromática de los mantones isabelinos era rica y variada, aunque existían preferencias claras:
El valor social del mantón isabelino trascendió lo meramente ornamental para convertirse en un símbolo de estatus y refinamiento en la sociedad española del siglo XIX. Su presencia en eventos sociales y celebraciones marcaba tanto la posición social como el buen gusto de quien lo lucía.
Durante el período isabelino, el mantón de Manila trascendió su función como prenda de abrigo para convertirse en un poderoso símbolo de estatus social. Su presencia en el ajuar de una novia aristocrática era prácticamente obligatoria, y su transmisión de madre a hija constituía un ritual familiar cargado de significado.
La corte de Isabel II jugó un papel fundamental en la consolidación del mantón como prenda de prestigio. La propia reina y las damas de la corte lucían estos mantones en ocasiones señaladas, estableciendo modas y preferencias que luego serían imitadas por la alta sociedad (aristócratas y burgueses).
Los mantones isabelinos tenían usos específicos según la ocasión:
El alto coste de los mantones isabelinos los convertía en objetos de lujo solo accesibles para las clases más pudientes. Hay que considerar que podía costar el equivalente del salario de seis meses de un profesional liberal de la época, como podía ser un maestro artesano, un funcionario o un comerciante. Los precios variaban según:
Todavía hoy se tienen en cuenta estos factores para determinar el precio de un mantón.
El legado de los mantones isabelinos constituye un capítulo fundamental en la historia del patrimonio textil español. Su conservación y estudio nos permite entender no solo la evolución de una prenda excepcional, sino también las relaciones sociales y culturales de la España del siglo XIX.
Si llega a nuestras manos un mantón isabelino, estaremos ante una joya que requiere seguir unos protocolos específicos de conservación, como por ejemplo:
Si tenemos dudas sobre la conservación de estas piezas únicas, lo mejor es contactar con expertos como Artesanía Nava.
Los mantones de Manila isabelinos que han sobrevivido hasta nuestros días son considerados verdaderas obras de arte textil. Su presencia en museos y colecciones privadas no sólo atestigua su valor histórico sino también artístico. El Museo del Traje de Madrid y diversas colecciones particulares conservan ejemplares excepcionales que permiten estudiar y admirar estas piezas únicas.
Si queremos vender una pieza de este tipo a alguien que sepa apreciar su valor, podemos hacerlo a artesanos como Artesanía Nava.
La época isabelina estableció los estándares de calidad y diseño que definirían el mantón de Manila clásico. Su influencia se puede rastrear en:
Además, la forma clásica de colocarlo cruzado sobre los hombros con el pico en la espalda sigue siendo la más común, aunque ya no se siguen las estrictas normas de etiqueta sobre estado civil o formalidad del evento, y se convierten en elegantes chaquetas, faldas o incluso vestidos.
El legado de los mantones isabelinos pervive en los mantones actuales como los que bordamos en Artesanía Nava, por sus estándares de calidad y belleza, que son una referencia para nosotros, así como para coleccionistas y amantes de esta obra de arte textil. Si tienes un mantón isabelino y quieres conocer más acerca de su valor, no dudes en contactarnos, ya que puedes estar delante de un auténtico tesoro del patrimonio textil español.